3/07/2010

Aniversario de Ramón Carrillo

Se cumple hoy otro aniversario del nacimiento del Doctor Ramón Carrillo

Carrillo, sinónimo de revolución sanitaria. Aquí lo recuerdan su esposa, el ministro de Salud de la Nación, Juan Manzur, el ex ministro de salud de la nación Ginés González García, y referentes políticos de todo el país.

Quien repase la vida, la obra y el legado de Ramón Carrillo podrá comprobar que, a 104 años de su nacimiento, este gran médico sigue estando a la vanguardia y la figura de quien hace más de seis décadas se convirtió en el primer ministro de Salud Pública de Argentina no ha sido suficientemente reconocida.
El doctor Carrillo gestó una auténtica revolución sanitaria y a mediados del siglo pasado puso en marcha un proceso a través del cual los beneficios de los avances científicos comenzaron a llegar a sectores de la población que prácticamente desconocían la existencia del derecho a la salud.
Durante su gestión como ministro, entre 1946 y 1954, se duplicó el número de camas hospitalarias existentes en el país, al pasar de 66.300 a unas 132.000 cuando el sanitarista dejó el cargo poco antes del derrocamiento del gobierno democrático de Juan Domingo Perón.
Además, en apenas dos años, con campañas sumamente agresivas se logró erradicar una enfermedad endémica como el paludismo, prácticamente desapareció la sífilis y las enfermedades venéreas, mientras que el índice de mortalidad por tuberculosis disminuyó de 130 a 36 por cien mil.
También se consiguió terminar con epidemias como el tifus y la brucelosis, en tanto que la mortalidad infantil se redujo drásticamente, de 90 a 56 por mil.
Carrillo nació el 7 de marzo de 1906 en un hogar humilde de la por entonces pequeña ciudad de Santiago del Estero, se recibió de médico en Buenos Aires, completó su formación en Europa y falleció el 20 de diciembre de 1956, pobre, enfermo y exiliado en Belem do Pará, en el norte de Brasil.
El 17 de octubre de 1945, la fecha en que el peronismo irrumpió en la vida política argentina, el médico ocupaba la jefatura del Servicio de Neurología del Hospital Militar, desde donde al año siguiente presenció la llegada al poder de Perón, quien le propuso quedar al frente de la Secretaría de Salud Pública.
Desde ese organismo, que en 1949 se convertiría en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación, Carrillo creó y puso en marcha el Plan Analítico de Salud Pública, que permitió identificar problemas como la falta de camas en los hospitales y el deterioro de las instalaciones sanitarias, además de la inexistencia de insumos y personal calificado.
“Sólo sirven las conquistas científicas sobre la salud si éstas son accesibles al pueblo”, fue una de las frases que por esa época marcaron el camino trazado por Carrillo, que basó el rol del Estado en materia sanitaria sobre tres pilares: medicina preventiva, medicina social y atención materno-infantil. Además, elaboró un diseño arquitectónico desconocido en el país y bajo ese concepto se crearon 234 hospitales o policlínicos gratuitos espaciosos y funcionales.
Otro de los legados de este gran neurocirujano y neurobiólogo que se mantienen hasta hoy es la división de Argentina en regiones sanitarias, lo que contribuyó a desarrollar una estrategia específica para cada zona a partir de la centralización normativa y la descentralización ejecutiva. Los marginados, los ancianos, los habitantes de los pueblos más aislados y distantes de la extensa geografía nacional fueron alcanzados por campañas de vacunación y en algunos casos conocieron lo que era recibir atención médica por primera vez.
Carrillo también fue el promotor de la primera fábrica de medicamentos de origen nacional, lo que hizo posible la llegada de los remedios a la mayoría de la población. Y en el plano de la investigación realizó trabajos de avanzada sobre las células cerebrales denominadas neuroglía y sobre la anatomía comparada de los cerebros de las diversas clases de vertebrados.
Tras el derrocamiento de Perón, la dictadura instalada bajo la falaz denominación de Revolución Libertadora le acusó de enriquecimiento ilícito y, a pesar de que el sanitarista justificó todos sus bienes, sufrió confiscaciones y una persecución que le obligó a abandonar el país para trabajar en Brasil. Para colmo, su problema de hipertensión arterial, que desde la juventud le provocaba cefaleas, se hizo más intenso por esos años y su fallecimiento, a los 50 años de edad, fue provocado por un accidente cerebro vascular.
Las infamias de las que fue víctima Carrillo continuaron, al punto de que su figura y su obra fueron silenciadas durante décadas, mientras que las grandes estructuras de varios hospitales que dejó sin completar nunca fueron habilitadas y hasta llegaron a ser derribadas. Pero, aunque tardío, el reconocimiento llegó, tanto durante el tercer gobierno de Perón (1973-1974) como en 2006, declarado por el Gobierno Nacional como “Año de Homenaje a Ramón Carrillo”.
Si bien hay centenares de conceptos vertidos por este hombre extraordinario que vale la pena rescatar del olvido, hay una frase que quizás sintetice como ninguna su pensamiento: “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas".
La gesta sanitaria de Carrillo
Por Juan Manzur (*)
Cuando se menciona a Ramón Carrillo, estamos en presencia del paradigma de la salud pública argentina. Un médico que surgió de las entrañas de la pobreza en su Santiago del Estero natal, y muere, como una parábola de la injusticia, exiliado y enfermo con apenas 50 años.
La obra de Carrillo es un punto de inflexión en materia de medicina social. Sólo esa causa hace imprescindible reivindicarlo. Llegó a medalla de oro como mejor alumno de su promoción. Fue un destacado neurólogo y neurocirujano que trató de innovar permanentemente y que tuvo la oportunidad de formarse en los mejores centros de Europa.
Pero detrás del médico estuvo el hombre político y social. Mientras sostenía a su familia y a sus diez hermanos más jóvenes con dos trabajos, era testigo de las consecuencias de la Década Infame, a la que calificó como el “sistemático saqueo y destrucción” que sufrió la patria.
La grave enfermedad que padeció en 1937 que le dejó como secuela su crónica hipertensión y cefaleas progresivas, no impidió que entregara su vida a un proyecto nacional.
También brilló en el mundo científico y académico que lo ungió brevemente como Decano de la Facultad de Medicina.
En 1946, el presidente Juan Domingo Perón ve en él a un estratega del campo sanitario y lo incorpora primero al frente de la Secretaría de Salud Pública, la que posteriormente se transformaría en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación. Fue el primer ministro de Salud de nuestro país.
Si la historia se escribe con cifras, la gesta de Carrillo fue contundente. En ocho años de gestión duplicó el número de camas hospitalarias, de 66.300 a 132.000. En solo dos años erradicó enfermedades endémicas. Desterró el paludismo, la sífilis y otras enfermedades venéreas, tifus, brucelosis. Disminuyó drásticamente los índices de mortalidad por tuberculosis y redujo a la mitad la mortalidad infantil.
Pero visto desde hoy, un dato sobrecoge por su monumental gestión: creó 234 hospitales y policlínicos.
Carrillo fue el precursor de la medicina preventiva y la medicina social, y de la organización hospitalaria con el apotegma "centralización normativa y descentralización ejecutiva".
Pero Carrillo fue quizás el gran río que alimentó el océano que fue Eva Perón. Su preferencia por los más humildes y los más necesitados fueron epicentro permanente de su gestión sin descanso. Una de sus frases emblemáticas lo pinta de cuerpo entero: "Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas".
Hoy, con humildad y ahínco, nos sentimos sucesores y depositarios de semejante derrotero.
(*) Ministro de Salud de la Nación
Ramón Carrillo: El antes y el después en la salud pública Argentina
Por Ginés González García
A la hora de evocar la figura del doctor Ramón Carrillo es imposible no poner en primer lugar la palabra compromiso: fue un hombre que toda su vida honró sus ideales y, sobre todo, fue un hombre comprometido con la vida. No se puede pensar su figura desde una posición rígida, ni desde una evocación cerrada. Su recuerdo debe construirse a través de la enorme dimensión de su obra y de su pensamiento.
A mi modo de ver, con Carrillo se da un caso particular: su fervor y su talento lo llevaron por un camino muy diferente al que había imaginado. Ramón, un muchacho de clase media que llega a Buenos Aires desde su Santiago del Estero natal, triunfa en base a su inteligencia y a su pasión. La pasión desmesurada por todo lo que hacía lo llevó a conseguir la medalla de oro en la escuela secundaria y a graduarse como médico con medalla de oro. Luego, se convirtió en un neurocirujano de primer nivel nacional, que recogió entrenamiento internacional cuando la Argentina no tenía suficientemente desarrollado aún ese tipo de vínculos en materia de salud.
Fue asimismo un profundo humanista, un hombre que además tuvo su vida paralela con Homero Manzi, santiagueño también y llegado a Buenos Aires más o menos en la misma situación que Ramón. Los dos abrazaron rápidamente al peronismo. Compartieron lugares y visiones comunes del país, y llegaron a convertirse en santiagueños universales.
A sus jóvenes 37 años, Ramón se convirtió en profesor de la Universidad de Buenos Aires, vinculada por aquel entonces al Hospital Nacional de Clínicas, el más prestigioso establecimiento hospitalario de aquellos años. A la pasión que le ponía a la neurocirugía, comenzó a sumarle otra: la del sanitarismo.
Muchas veces me pregunté que fue lo que lo llevó a trabajar en él y a predicarlo, habiéndose especializado previamente en una disciplina que, como la neurocirugía, poco y nada tenía que ver con la “medicina social” que comenzaba a aparecer en la Argentina.
Tal vez fue la llama inicial de su pasión política la que lo llevó a lanzarse a ese desafío. Si bien venía de un pasado conservador, poco a poco fue comenzando a reconocer en Perón un hacedor. Definitivamente, fue el peronismo desde donde Ramón encontró el apoyo para aplicar la tremenda fuerza de su avance. Fue el peronismo, al que rápidamente adhirió, el motor y la palanca que le permitió poner al servicio de otros su arrolladora pasión por hacer, pasión que no conocía tregua ni descanso.
También me pregunto qué tipo de transformación habrá generado el peronismo en Carrillo. Era un médico refinado y muy reconocido, por eso me cuesta imaginar cómo se habrá producido en él semejante transformación para abrazar esta causa con tanta pasión. Rápidamente abandonó el curso habitual de su carrera, y a partir de un pensamiento global entendió que "a grandes problemas, grandes remedios". Esa frase fue el norte de todo su modelo revolucionario, el que cambió la historia de la salud pública en la Argentina.
En rigor de verdad, hubo un antes y un después de Carrillo en la salud pública nacional. Quedó reflejado en las obras, en la estructura hospitalaria y en la infraestructura sanitaria que logró el país en un período increíblemente corto. Aquellos fueron los años mágicos de Ramón, que coincidieron en el tiempo con los de Eva Perón. Dos figuras que dieron hasta lo que no tenían por sus pasiones y por sus ideales.
Todos los que intentamos algún tipo de actividad pública tenemos la idea de transformar la historia. Muy pocas personas lo logran realmente. Carrillo lo consiguió: hay un antes y un después de él que está marcado a fuego en la historia de la salud pública argentina.
Partiendo de 66.000 camas en los hospitales llegó a sumar 114.000 en sólo ocho años… yo confieso que alguna vez me puse a pensarlo y me costó comprender cómo podía ser posible llevar adelante una transformación semejante. Además, su modelo de expansión estuvo lejos de ser improvisado. Partió de un complejo plan: buscó y consiguió modelar y modernizar el sistema y estructurar a partir da allí un nuevo diseño que se adecuara al clima y a las características de cada región. Así son todavía muchos de los hospitales de la Argentina.
Otra de las preguntas que me hice fue cómo era el Ministerio de Salud en aquella época. Me decían que existía una mística, que todos se quedaban trabajando hasta tarde, porque Carrillo estaba todo el día. No había horarios, comían y seguían trabajando. Se trabajaba y se hacía. Se trabajaba porque se hacía. Cuando llegué al Ministerio, a principios de los 70 y hasta 1976, todavía quedaba parte de aquella mística. Quedó una inercia de aquellos años mágicos, el impulso de su férrea voluntad de querer hacer todo. Él quería hacerlo todo y ya. Así, su muerte no pudo cortar la prepotencia de una acción que nunca como en su época tuvo la Argentina, al menos desde la salud pública.
A veces me pregunto cómo deberíamos hacer para reproducir su historia. No para utilizar la misma receta, sino para volver a pensar desde la prepotencia de la acción. Muchas ideas de ese entonces pueden ser recuperadas, pues aún nos siguen impulsando. Por ejemplo, a muchos nos quedó grabada la idea de que los hospitales públicos eran los mejores, y eso hoy se repite en algunos casos. Es una idea que se la debemos a los años mágicos de Carrillo. Y es un compromiso que todos debemos asumir para honrar ese tiempo y nuestro futuro.
Su vocación como hombre y como ciudadano, además de lo que sustentó en su teoría -sus libros son bien conocidos- fue impresionante. Muchas veces le pregunté a su viuda, Susana Pomar, cómo hacía para estar siempre pensando en cosas nuevas. Me respondió que su marido dormía apenas dos o tres horas por día. Y escribía mucho. Escribía todo el tiempo.
Carrillo asumió un compromiso con la vida. Eso es lo que no tenemos que olvidar. Fue un argentino ejemplar. Hubo otros, pero en lo suyo fue único. Por eso tenemos que valorar lo que hombres como él hicieron. Usar y aprender de aquella historia para forzar un futuro. Sin embargo, los argentinos hicimos todo lo contrario. A Carrillo se lo terminó enjuiciando, difamando, olvidando. Hasta dónde pudo llegar el odio en aquella época, que la dictadura de Aramburu prohibió que sus restos pudieran ser traídos desde Brasil.
Fue uno de los argentinos que supo cambiar la historia, y si aprendemos de su obra podremos también cambiar esa otra historia, la de la infamia, la del olvido. Pero la mejor manera de ser fiel a la memoria de Carrillo, es valorando lo que nos dejó, lo que enseñó, imitando su pasión, su prepotencia de la acción, mucho más si nos toca estar en la función pública.
Carrillo fue un revolucionario porque con simpleza dio vida y obra a ideales de justicia social. Hacer honor a su memoria es trabajar para lograr una mayor equidad en la salud, para hacer que no sea vista como un resultado del crecimiento, sino un puntal fundamental de la construcción de un país más sano, más desarrollado, pero sobre todo, más justo.
Si entendemos que la salud debe ser la causa de que a la Argentina y a los argentinos nos vaya mejor, vamos a estar haciendo honor a su memoria. Este santiagueño no sólo fue un argentino ejemplar, sino que fue un hombre con una conducta y una actitud ante la vida que lo llevó a no corromper lo peor que se puede enviciar, que son los objetivos.
No debemos volver a provocar la contradicción que sufrió Carrillo, que siendo profesor universitario y hombre honrado, fue atacado simplemente por llevar sus ideas a un movimiento político y buscar cambiar la historia desde la salud pública. No es un tema de peronistas o antiperonistas. Es un tema de argentinos, y en eso debemos estar todos juntos. Recordando, valorando y aprendiendo de figuras ejemplares que dieron su vida para cambiar la historia.
Uno de esos argentinos ejemplares fue Ramón Carrillo.
(*) Embajador argentino en Chile y ex Ministro de Salud de la Nación

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