3/31/2011

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Nuestra cotidiana prepotencia

Reflexiones, por Carlos Alberto Yelin (*)

"La prepotencia es el último recurso del incompetente".

(Isaac Asimov, 1920-1992, escritor y bioquímico estadounidense)

—Médico: Ana María, si usted continúa fumando pienso que no debe volver a consultarme. Tengo la percepción de que viene para tranquilizarse y sentir que la protege la medicina, y esa situación no es para mi pertinente.

—Paciente: ¿No le parece prepotente su actitud de impedirme regresar al consultorio?

—Médico: Es probable, pero también puede considerarse de igual manera su decisión de ignorar mis recomendaciones médicas.

—Paciente: Lo acepto, y no voy a volver, pero, en lo que a mí concierne, no es prepotencia, sino incapacidad de cumplir con las indicaciones.

Este diálogo, conflictivo, ingrato, lleno de ambigüedades, suele estar presente no sólo con el tabaquismo, sino en las numerosas situaciones en las que, por un lado, el médico siente la infructuosidad de su tarea, y por el otro, el paciente, recurre a la medicina aún reconociendo el incumplimiento de las sugerencias. El exceso de peso, la adicción al alcohol y drogas, el sedentarismo, el abandono de la medicación para el colesterol o para la hipertensión, la automedicación con sedantes, el crónico uso de analgésicos en cefaleas, son algunos de los incontables ejemplos aplicables a la decisión del profesional, que tiene una actitud que puede ser catalogada de prepotente, pero que, en realidad está teñida de una mezcla de fracaso y frustración. Quienes tuvimos la oportunidad de visitar otros países por razones profesionales, volvemos con la impresión de que la referida actitud profesional del ejemplo citado, no es un perfil nuestro en especial. Esta situación es mucho más frecuente en los países centrales. Los médicos consideran que no debieran ocupar su tiempo en pacientes que, a sabiendas, declaran no tener la intención de cumplir las indicaciones.

Este planteo amerita algunas reflexiones. Pero la central se refiere a que el paciente que no cumple con las indicaciones, pero continúa bajo la esfera de la acción profesional, tiene la oportunidad de una protección en otras áreas de la salud no vinculadas al incumplimiento, y la posibilidad de acceder rápidamente al auxilio de lo inexorable, por su poca responsabilidad en el cuidado. Si definimos la prepotencia como la actitud de imponer una manera de pensar, o de actuar, o de decidir, o de razonar a otra persona, sin consultar su opinión, puede que en medicina esté presente, aunque constituye un hecho poco habitual. Lamentablemente y por una razón, que no resulta sencillo de entender, pero nos gustaría analizar, presenciamos la prepotencia como una actitud irreflexiva y cotidiana en nuestro diario transcurrir. En el tránsito, el sujeto que es prepotente en el volante, luego lo es como peatón, al intentar cruzar por donde se le ocurre, y en el momento inadecuado. El empleado bancario que destrata a un jubilado por presentar la cédula de identidad y no el DNI; el inspector de tránsito, que presupone que la única forma de imponer su presencia es siendo autoritario e inapelable. En política, cuando en vez de buscar el diálogo, respetando la postura y la libertad de expresarse del otro, se lo descalifica. Cuando en los medios televisivos acostumbran al televidente a divertirse de los errores conceptuales del interlocutor de turno, en vez de argumentar. Todas estas situaciones nos perturban y conmueven todos los días. Los ejemplos se repiten y los vivimos con malestar y tristeza. Qué decir de la complicidad estratégica de las autoridades con la que se admite a los piquetes o los cortes, promovidos, a veces, por gente sufriente, o desposeída, pero que siempre tiene acceso a inagotables micrófonos o cámaras, u otras modalidades de presencia para expresar su reclamo o disgusto por su personal conflicto.

Pero parece que está instaurado en el colectivo imaginario de la gente, que sólo la actitud prepotente es la que triunfa, y es la que sirve para sus quejas. Se nos ocurre que los piquetes en vez de representar una modalidad de reclamo, construye un gesto egoísta despreocupado e insolidario, que resume: "esto es lo que me conviene a mí, el resto que se joda". Los que pudimos vivenciar los últimos cincuenta años de historia social, política, e institucional, vimos crecer en forma inopinada la tendencia al abuso del poder, definición escolástica de prepotencia. Quizá fueron los golpes de Estado, "el huevo de la serpiente", que fomentó la vigencia de esa actitud que tanto daño nos hace. Particularmente el cataclismo que significó el proceso militar que en estos días cumplió 35 años, y que configuró el más definido ejemplo de prepotencia.

En ese marzo maldito, que todavía nos duele, fuimos dejados prescindibles docentes en la Universidad. El gesto prepotente no se agotaba en el enemigo, se extendía con brutalidad a padres, hermanos, abuelos, hijos y propiedades. Ahí, percibimos que la prepotencia tiene contenidos de agresividad, perversión, soberbia, y afán vengativo. Si bien una definición aceptada es: "abuso en el ejercicio del poder", no olvidemos la prepotencia de los cuidacoches, de los taxistas en las bocacalles, y de gente que está ubicada en el otro extremo del ejercicio del poder. Así como al principio acotábamos que en el médico más que prepotencia es desánimo y frustración, en mucha gente representa rencor y resentimiento. Con este planteo intuimos que combatir la prepotencia será una ardua tarea. Como siempre el papel de la educación es el más trascendente. Educar con el ejemplo desde la dirigencia, en especial la sindical, que debe desacostumbrarse de esgrimir amenazas. Del gobierno, desplazando a sujetos que se ufanan de su versatilidad en emplear chicanas y verborragia insultante. En las aulas de los tres niveles, enseñando la convivencia, la diversidad, el respeto por la opinión adversa, y la sabia actitud de escuchar, reflexionar y comprender tanto la verdad como el error del interlocutor. Y en la familia, hablar menos y escuchar más. El espacio de la escucha familiar tiene una importancia impensable. Nos sirve a todos, y para todo. Está en todos nosotros combatir el gesto intolerante de la prepotencia, sin pretensiones dogmáticas ni castigos perentorios. Entendamos, que a todos nos conviene. Al médico del ejemplo cuando le pedimos que se ubique en la situación del paciente. Al enfermo que trate de comprender la frustración de quien lo asiste. Al político que perciba que resulta muy difícil concebir que con prepotencia, se pueda seducir a un elector. Debiéramos replantearnos para que el logro obtenido "de prepo", (vulgar apócope de prepotencia) en vez de reflejar una gesta exitosa, nos suene a violencia, imposición, y atrevida forma de obtener algo, menoscabando el derecho de los demás.

(*) Médico



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