11/17/2008

“No hay chicos delincuentes en las familias más pobres del país”

En un país donde el problema cada vez más grave de la delincuencia
juvenil se discute sin estadísticas ni estudios serios, sino por
aproximación, por sensacion térmica o prejuicios ideológicos, el doctor
Norberto Eduardo Cosacov tiene el mérito de haber hecho el relevamiento
más completo y detallado que se conozca en esta materia. Un equipo de
profesionales a su cargo indagó sobre las características personales,
familiares, socioculturales y psicológicas de chicos cuyas edades iban
desde los 10 a los 19 años. Algo así como una “radiografía de los pibes
chorros”. Entre los resultados sorprendentes (ver infografía) hay uno
que sobresale: los menores no pertenecen a los márgenes más humildes de
la sociedad, lo que sociológicamente se conoce como “indigentes” (menos
de 570 pesos mensuales) sino a la franja que va desde la pobreza hasta
la clase media baja (ingresos de 600 pesos a 2.500), tal como publicó
Crítica de la Argentina en su tapa de ayer. “Es así, no hay
delincuencia por debajo de la última línea de pobreza, en las familias
más pobres. Tal vez tenga que ver con la necesitad de una
infraestructura básica para delinquir. Hace falta una moto para
escapar, un lugar donde ocultar el botín, una cobertura para usar como
coartada”, explica este psicólogo de 54 años, 25 de ellos como perito
judicial y los últimos 12 con trabajo específico en el Equipo Técnico
de Menores.

–Su trabajo se basa en entrevistas con 108
menores que pasaron por los cuatro juzgados correccionales de Córdoba.
¿Por qué sostiene que esta estadística provincial puede proyectarse a
nivel nacional?


–Porque las variables arrojadas por la
encuesta en Córdoba se corresponden a las obtenidas en todas las
grandes ciudades del país, sus líneas más generales son aplicables y
válidas para zonas como el conurbano bonaerense, Rosario o Mendoza. Son
comunes la procedencia social de los menores, sus valores, las
características del entorno familiar, los botines obtenidos en los
robos y su utilización por los chicos. Puede haber pequeños matices que
no invalidan el paralelo. Por ejemplo, en Córdoba, no se registran
niveles de consumo de paco, pero siempre pasa que las drogas llegan
primero al conurbano y luego se extienden al resto del país.

–¿Cuáles son los motivos que encontró en los chicos para delinquir?

–Sobre
todo, la falta de perspectivas y de movilidad social. Están anclados a
ese entorno y les resulta muy difícil salir. En la mayoría de los
casos, la necesidad de consumir los empuja a robar: quieren comprarse
zapatillas o jeans de marca, que para ellos es una forma de integrar
grupos a los que por origen social no pertenecen.

–¿Hay contención familiar?

–En
general, las familias no apañan el delito, no los mandan a robar, como
se cree generalmente. Pero tampoco se hacen cargo de la situación, y
las conductas delictivas se adjudican a las “malas juntas”. Una de las
conclusiones es que a la mayoría de los chicos delincuentes los
educaron sus hermanos. Casi todos ellos provienen de familias
numerosas, donde los padres no pueden ocuparse, y los hermanos mayores
van criando a los más chicos. Eso se corresponde con un dato que arrojó
esta encuesta: cuando hay antecedentes penales en la familia, en el 61%
de los casos ese antecedente lo tiene un hermano mayor.

–¿Y que manifiestan los jóvenes con respecto a ese entorno donde están anclados?

–La mayoría dice que quisiera irse de sus hogares para sustraerse a su medio barrial antes que al familiar.

–¿Cuál es el origen del problema?

–Hay
datos predictivos que figuran en cualquier bibliografía: cuando aumenta
la inflación y la desocupación, aumenta el delito. Lo que no se sabe
científicamente es qué pasa cuando esas variables disminuyen. Y después
está el problema de las víctimas, porque los mismos pobres son los
blancos principales. Y son los que tienen posiciones más duras, los que
reclaman hasta la pena de muerte.

–¿Cómo se soluciona?

–Aplicando
la ley sin modificarla. Aplicándola con convicción, porque existe la
ingeniería jurídica necesaria, pero los jueces no la usan. Los chicos
tienen que estar más tiempo detenidos, porque si no van a empezar a
aparecer los escuadrones de la muerte.

–¿Qué punto o detalle que no se traduzca en un número lo sorprendió de las respuestas de los menores?

–El
nivel de racismo y de fragmentación social. El racismo era palpable en
sus comentarios y vocabulario, siendo sensibles no sólo al color de la
piel sino también a tener un apellido de origen italiano o criollo, es
decir, español. La fragmentación se da en la inclinación a los grupos
antagónicos por trivialidades tales como la hinchada de un equipo de
futbol, vivir en un barrio y no otro, o ser fan de grupos musicales
distintos.

–¿Imaginan un proyecto de vida para ellos?

–Sin
caer en generalizaciones, es notable que la mayoría de las respuestas
coincidentes manifiestan el sueño de poner un maxikiosco para ayudar a
su familia.

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