El zumbido de la pobreza
En la Argentina ya hay un brote de dengue que se va a sentir con más fuerza en el verano. Sólo en la Ciudad de Buenos Aires aumentó el doble la cantidad de pacientes asistidos. Pero la investigadora del Conicet Andrea Gamarnik va un paso más allá y estudia el virus del dengue en el Instituto Leloir, donde generó un hallazgo al descubrir que drogas antiobesidad podrían funcionar, en el futuro, como un remedio contra el dengue. Ella acaba de ser galardonada con el premio “Mujeres en la Ciencia”, de L’Oréal, que le dio 20 mil dólares para continuar con la investigación sobre el mosquito que no sólo pica, también mata.
“¿En qué cabeza cabe que un chico esté pidiendo plata en una esquina?”, se pregunta la bioquímica Andrea Gamarnik y responde sin respuesta: “La anestesia social es una situación psicológica”. La investigadora independiente del Conicet y directora de Virología Molecular del Instituto Leloir –que tiene su cabeza colmada de rulos, pasión, trabajo y sentido de una ciencia que salga del laboratorio para contribuir con la equidad social– advierte: “Lo mismo puede pasar con el dengue”. La advertencia alerta que, la primera vez, la palabra “dengue” –como el cólera, la tuberculosis o el Chagas– pueden impactar pero después asimilarse, como el hambre. Andrea se dedica a estudiar la biología del dengue en el Instituto Leloir, y a los 45 años encabeza un equipo de jóvenes –como Marcelo Sensa, Juan Mondotle y Gabriel Iglesias– con los que acaban de realizar un importante descubrimiento en la radiografía del virus que puede ser el paso previo para poder llegar a un remedio que prevenga la muerte en los infectados por la picadura del mosquito.
Andrea es una de las ganadoras del Premio Nacional L’Oréal Unesco “Por la Mujer en la Ciencia”, que la va a ayudar con 20 mil dólares a seguir indagando en una enfermedad que deja más desprotegidos/as a los que menor acceso tienen a agua corriente, repelentes, mosquiteros y otras formas de prevención.
El premio cuenta con el respaldo del Conicet y ya va por su tercera edición para estimular la participación de las mujeres en la ciencia. La bioquímica es aguerrida y nunca se sintió inferior por ser mujer, pero sí escuchó la diferencia entre un varón y ella, justamente, cuando después de vivir ocho años en Estados Unidos –donde trabajó en virología de la polio, sida y hepatitis B y C– quiso volver –después de irse en 1993– a la Argentina, justito, en el 2001. “Fue muy difícil volver porque no había lugar en el Conicet. Recorrí todas las universidades e instituciones y, junto con las cacerolas, la coyuntura no era la ideal. Pero todos me preguntaban si tenía marido y cuando yo les decía que apuntaba a mantenerme sola me decían que me volviera a Estados Unidos”, relata, como uno de los motores para dar un incentivo a las científicas frente a los desalientos sociales y culturales con el objetivo de que las mujeres hagan carrera.
Al final, volvió con un programa para repatriar científicos jóvenes. Y pasó de ganar 1500 pesos a cobrar 5500 por un trabajo que puede revolucionar una enfermedad que, en el primer semestre del 2009, ya afectó a 570.000 personas en el mundo. Ella es la hija de Simón, que vendía guantes industriales, y de Mirta, que ya falleció y fue una actriz que nunca logró vivir de su trabajo. Viene de la clase media baja de Lanús y es la primera de su familia, y de sus tres hermanos, que estudió. Por eso, después de pasar por la Universidad de California, en San Francisco, durante seis años, y por una empresa de biotecnología –Virologic–, casi dos años, quiso volver. Para ¿devolver? No, no digamos que debe nada, pero para que la ciencia beneficie a la gente después de hacer toda su carrera en la universidad pública. “Yo estudié siempre becada y quería volver a la Argentina. En Estados Unidos ganaba una fortuna. En la empresa de biotecnología empecé ganando como 80 mil dólares por año y encima me daban acciones de la empresa”, subraya. Pero...
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