10/23/2011

Historia de la “locura objetiva”- Pagina 12





En este articulo aparece la lucha por encuadrar los sufrimientos y particularidades de cada uno dentro de "cuadros" que permitan clasificar al ser humano. Llamense, esquizofrenia, histeria, melancolia, perversión, deficit de atención, etc... los profesionales toleran mal las cuestiones que no encajan en su modelo de lo que es "normal".

De ahí a tratar de controlarlo, adptarlos, "hacerles tomar conciencia", nivelarlos, etc hay solo un paso: el enorme paso entre acompañar los caminos que cada uno tiene que hacer para vivir su vida y tratar de hacer que alguiien "encaje" en lo que se espera de el.

En todos estos esfuerzos "terapeuticos" (sean psiquiatricos o psicologicos) lo que no se respeta es el papel de cada cultura (familiar o mas amplia) en empujar o facilitar la expulsion de los "extraños"

Hay alternativas?

claro que las hay!!! solo que los grupos profesionales dominantes solo "venden" lo que tienen en sus mostradores...

(opinion del editor)

Historia de la “locura objetiva”- Pagina 12

Por Marcelo Rodríguez


En
enero de 1973 vio la luz en Science el informe del “Experimento
Rosenham”, en el que se contaba cómo 5 hombres y 3 mujeres se
presentaron por separado en las admisiones de diversos hospitales
psiquiátricos estadounidenses, manifestando sufrir alucinaciones
auditivas. Al ingresar se registraba el cese de los síntomas, no
obstante lo cual eran medicados y quedaban internados, en promedio, por
cinco semanas.



Hoy, en la era de la “cámara oculta”, el final es previsible: los
ocho habían sido entrenados para fingir los síntomas, pasar por locos,
retener medicamentos en la boca sin tragarlos y escupirlos cuando nadie
los viera.



La conclusión parecía contundente: los especialistas en tratar con
la locura aparecían como incapaces de distinguir entre los que son y los
que se hacen. Con ello el psicólogo David Rosenham, mentor del
experimento, demostraba lo deshumanizante y estigmatizador que puede ser
el sello del diagnóstico psiquiátrico y, por otra parte, la
imposibilidad de distinguir objetivamente entre síntomas reales y
fingidos.



Hubo una segunda fase del experimento: Rosenham acordó enviar más
“falsos alienados”, y al tiempo los hospitales detectaron 41. Pero el
pícaro Rosenham dijo no haber mandado a ninguno en ese lapso: los
“falsos positivos” fueron el cachetazo en la otra mejilla de la
psiquiatría.



Fiebre, hemorragias, contusiones, erupción, inflamación, trastornos
de las funciones vitales, alteraciones del pulso y tantos otros posibles
síntomas de enfermedad tienen una manifestación física, pero las
manifestaciones físicas objetivas de la enfermedad mental sólo se dan en
la conducta, o en el lenguaje. Aunque resulta obvio que a ese cuerpo
algo le sucede, el síntoma en general no se da dentro de él sino en la
vida social. Ni siquiera “ambiental”, como se acostumbra en biología:
social, porque no siempre se ve alterada una función biológica, pero
siempre hay una conducta valorada negativamente.



Luego están el padecimiento y el dolor, otro de los fenómenos que se
han mantenido prácticamente inexpugnables ante esa “objetividad” que
una medicina basada en la tradición de la anatomía patológica parece
exigirles. A pesar de que con una resonancia magnética funcional
–tecnología de costo muy elevado, aún no disponible por esta parte del
mundo– ya se han elaborado mapas de las áreas cerebrales que se activan
ante diferentes tipos de dolor, la única manera de percibirlo es
padecerlo. Y el médico, para tratarlo, no tiene más remedio que decidir
si cree o no cree en lo que su paciente expresa.



El que sin duda no se quedó penando en la bipolaridad entre un
psicosociologismo negador del cuerpo y un biologicismo reduccionista fue
el médico estadounidense William Horsley Gantt (1892-1980). La apuesta
de Gantt por el costado biológico del asunto era tan decidida que, aun
teniendo muy clara su vocación por la psiquiatría, cuando se recibió de
médico en la Universidad de Virginia en 1920 dedicó sus primeros años a
la investigación de ciertos trastornos de la digestión: era su forma de
expresar cuánto le interesaba el psicoanálisis, que por entonces
prosperaba.



Lo de Gantt era la experimentación en laboratorio, y entre la década
del ’30 y del ’40 fue madurando uno de sus principales proyectos: un
test con el que prometía diferenciar a las personas según su
vulnerabilidad psíquica, basado en las técnicas de reflejos
condicionados iniciada por Ivan Pavlov (1849-1936), a quien conoció
personalmente en Rusia en 1922.



LA PRUEBA



Para efectuar el test de Gantt, el psiquiatra y el paciente se
sentaban frente a frente ante una mesa. El paciente tenía ante sí, junto
a su mano izquierda, una placa metálica conectada a electrodos capaces
de imprimirle una descarga no tan fuerte que pudiera hacerle daño o
disuadirlo de participar, pero sí lo bastante intensa como para que no
pasase desapercibida e hiciera que la persona retirase inmediatamente la
mano al sentirla.



A su diestra había una perita de goma que permitía inhibir la descarga al ser apretada.



Una luz roja que se encendía durante cinco segundos anunciaba que se
produciría una descarga eléctrica en la placa donde el paciente tenía
apoyada la mano izquierda. Bastaba con presionar la perita para que la
descarga no se produjese. Completaba el panorama una luz blanca, luego
de la cual el paciente sabía que no habría descarga.



Luego de un tiempo estimado, con ayuda del psiquiatra evaluador, el
paciente incorporaba, frente a la luz roja (estímulo condicional), una
respuesta condicional primitiva (sacar la mano de la placa) y luego una
respuesta condicional integrada (apretar la perita para evitar la
descarga). Este movimiento intencional, según Gantt, involucraba usar la
corteza, la parte más evolucionada del cerebro.



Gantt sostenía que, en teoría, cuando la persona incorporaba la
respuesta integrada (apretar la perita), la respuesta primitiva (retirar
la mano) desaparecía. Y que las diferentes dificultades o
imposibilidades para incorporar las acciones correctas ante este esquema
“estímulo-respuesta” se correspondían con determinadas condiciones
psiquiátricas del paciente bajo estudio.



Por ejemplo, en los pacientes afectados por algunas condiciones
orgánicas (senilidad, tumores cerebrales) desaparecía toda capacidad de
respuesta condicionada ante el “aviso” dado por la luz roja. En las
personas con diagnóstico de psicosis (a la que Gantt clasificaba como de
carácter orgánico) lo que mermaba era la capacidad para las respuestas
condicionales integradas (actuar para impedir la descarga). Las
dificultades para que desaparecieran las respuestas primitivas, dando
lugar a las integradas, daban cuenta de algún grado de trastorno más
leve.



Con esta prueba, más una entrevista final para corroborar qué grado
de comprensión de lo sucedido tenía el paciente, Gantt aseguraba obtener
un perfil psicopatológico “objetivo” de cada paciente. Cuando añadió a
esta prueba el registro de la actividad muscular y de la respiración,
comprobó además que en los trastornos de origen histérico (como aquellas
parálisis típicas que los psiquiatras de la era victoriana vincularon
con la represión sexual) existía el impulso propio del reflejo
condicionado, pero el movimiento era inmediatamente reprimido.



En el artículo que publicaron en la edición española de Mind &
Brain, los españoles Gabriel Ruiz y Natividad Sánchez, dos historiadores
de la psicología del Departamento de Psicología Experimental de la
Universidad de Sevilla, se cuenta que, entre 1931 y 1948, Gantt efectuó
esta prueba en 606 pacientes en la Clínica Psiquiátrica Henry Phipps, de
la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, de Baltimore.
En principio se proponía que fuera para pacientes con daño orgánico, tal
como se presuponía que pasaba en las psicosis y en las esquizofrenias;
pero también en algunas personas catalogadas dentro de lo “normal” que
pasaron por ella.



Fue así como, hilando fino, Gantt logró establecer que incluso entre
los “sanos” existían ciertas diferencias en las respuestas
condicionales, lo que le permitió identificar tres tipos básicos de
personalidad: el “infantil”, en el cual predominan las respuestas de
tipo primario; el “artístico”, con respuestas irregulares y cambiantes
según su estado de ánimo; y el “científico”, con respuestas
condicionales más regulares, sistemáticas y conscientes.



LOS PERROS PRIMERO



Gantt se había inspirado en los experimentos que Natalia
Shenger-Krestovnikova, colaboradora de Ivan Pavlov, realizara en Rusia
en 1914 sobre la neurosis inducida en perros. Basada en un esquema de
recompensa–castigo, la rusa había entrenado a un grupo de canes para
responder positivamente al ver un círculo y negativamente ante una
elipse.



Una vez que los animales incorporaron las respuestas condicionadas,
se les empezó a mostrar círculos cada vez más chatos, o elipses más
redondeadas. Cuando los animales ya no podían discriminar si estaban
viendo un círculo o una elipse, su conducta se alteraba al extremo de
que algunos se revolcaban por el suelo, mordían los instrumentos del
laboratorio o ladraban desesperadamente, en lo que los investigadores
denominaron “condición neurasténica”, y Pavlov llamó “neurosis
experimental”.



Gantt, que viajó por primera vez a Rusia en 1922 en una misión
humanitaria organizada por la American Relief Association, conoció
personalmente a Pavlov en San Petersburgo y se deslumbró con esta línea
de investigación. De regreso en su país, replicó la técnica y vio que
algunos de los animales bajo prueba modificaban mucho más drásticamente
que otros sus patrones de conducta cuando entraban en estados de
“neurosis experimental” inducida e incluso, con el tiempo, estas
conductas alteradas (de excitación, depresión o inestabilidad) se
presentaban ante cualquier otra situación problemática que el animal
tuviera que enfrentar. Y se cronificaban, es decir: se volvían una
característica propia que el individuo asumía ante condiciones
ambientales desfavorables.



La conclusión de Gantt fue que a la conducta normal y a la conducta
alterada les correspondían formas diferentes de funcionamiento del
organismo, y que había cierta condición orgánica constitutiva propia de
algunos individuos que los hacía especialmente más vulnerables que otros
a los trastornos mentales. Estaba convencido de que esta condición de
“vulnerabilidad” podía ser identificada mediante reflejos condicionados,
y así fue como se puso a trabajar en su test para aplicarlo a los seres
humanos.



LA SELECCION NO NATURAL



Desde antes de que surgiera el moderno concepto de salud mental, con
el colapso de los servicios de atención psiquiátrica tras la Segunda
Guerra, William H. Gantt propugnó su idea de psicopatoprofilaxis o
prevención de los trastornos mentales. Según ella, los tests de reflejos
condicionados más otros estudios complementarios servirían para
identificar desde la infancia a los individuos “psíquicamente
vulnerables” antes de que desarrollasen una patología, para poder
apartarlos de un medio social estresante que pudiera acentuar sus
predisposiciones psicopatológicas. Con una educación diferenciada y una
inserción social asistida que los preservase de las situaciones “de
riesgo”, más los avances psicofarmacológicos que ya empezaban a
florecer, la enfermedad mental se podría prevenir.



En el final del mencionado artículo, Sánchez y Ruiz hacen una
valoración claramente positiva de esta idea de “prevención”, y lamentan
que el proyecto psicopatoprofiláctico basado en el test de Gantt no haya
prosperado por la resistencia de intereses creados, por toda una
pujante industria de tratamientos en la que incluyen desde el
psicoanálisis hasta los psicofármacos.



Tal vez Gantt se haya inspirado en el “sueño soviético” durante sus
años de trabajo con Pavlov en Rusia: seleccionar a las personas para
darles una educación diferenciada según su capacidad. O tal vez fuera el
precursor de un sueño posmoderno, en el que una suerte de
“discriminación positiva” viene a resolver la profunda inequidad
estructural del capitalismo. Pero en el mundo real, donde la locura
funciona como un sello (que a quienes disponen de recursos para
camuflarse en el medio ambiente social se les nota menos, o pueden
sacarle provecho), no es ociosa la pregunta sobre la supuesta necesidad
de localizarla objetivamente: ¿para qué? Y no es una pregunta retórica.




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